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¿Qué es el riesgo | Cómo asumir riesgos |  Estamos obligados a asumir un riesgo | El valor de asumir y evitar riesgos | Formas de asumir menos riesgos |  Técnicas para arriesgar | Toma de decisiones ejecutivas | Cómo asumir riesgos en la vida y en el trabajo | capacidad de asumir riesgos | habilidades ejecutivas

Estamos obligados a asumir un riesgo | Por: Gustavo Pérez Ruiz.

Estamos obligados a asumir un riesgo

En el futbol, tirar un penalti o un tiro de castigo implica lógicamente un riesgo, el riesgo de fallar. Pero, dependiendo del partido, el hecho de fallar un penalti podría tener consecuencias mayores, para algunos casi catastróficas, como perder el campeonato, o la final de la liga.

Los tiradores o tiradoras de penaltis son los elementos de un equipo que en determinado momento han de asumir un riesgo, un riesgo que bajo mi punto de vista es injusto

Es injusto porque desde el lado positivo, en caso de que un importante partido -uno definitorio-, acabe en victoria a su favor, éstos tiradores no van a ser recordados por haber acertado los penaltis, más bien serán recordados por todo su esfuerzo durante el campeonato o durante la temporada, eso sí que sería rememorado.

El hecho de haber anotado la pena máxima es algo que de éstos se esperaba como parte de su profesionalismo.

Pero el lado negativo es que en caso de fallar sí que serán recordados y hasta denostados de por vida, ellos lo saben; por eso no todos se atreven a tirar los penaltis, ni dan tan fácilmente el paso adelante como voluntarios.

Es injusto calificar el buen trabajo de toda una temporada o el largo recorrido hasta el final de un campeonato solo por un error, uno que cualquiera puede cometer solo por el hecho de asumir un riesgo que otros no quieren.

Algunos jugadores cuyos nombres no mencionaré, vivieron muchos años cargando la culpa de perder un partido importante solo por haber fallado un penalti, por haber asumido el riesgo sin éxito.

En uno u otro momento de nuestras vidas, todos hemos de asumir riesgos, unos más moderados que otros pero a fin de cuentas nos pueden conducir al fracaso.

No creo haber asumido un gran riesgo en el momento que decidí estudiar la profesión de Ingeniero civil. Ese no era un riesgo complejo ni peligroso, porque en principio contaba con las condiciones y recursos para concluir los 5 años de estudio con decoro,

además de que en el mercado laboral de esa industria había una razonable oferta de empleo para los recién egresados de esa disciplina.

Pero, si por ejemplo, yo hubiera optado por estudiar arte dramático, allí definitivamente habría asumido un alto riesgo, un alto riesgo de ser desempleado,  ¿Y por qué?

Porque en mi caso personal carecía de los elementos y habilidades indispensables para más o menos destacar en un mercado de trabajo altamente saturado, uno donde muy pocos logran tener al menos una oportunidad de demostrar sus valiosas competencias.

En la medida en que asumimos riesgos cada vez más grandes,

en la medida en que tomamos difíciles decisiones que conllevan altas y casi garantizadas posibilidades de fracaso, en esa misma medida podríamos lograr éxitos cuyos alcances y tamaños serían directamente proporcionales al riesgo que tomamos.

Claro, a mayor riesgo mayor posibilidad de fracaso, pero en el caso de alcanzar el lejano éxito más grandiosa sería la gloria y sus positivas consecuencias.

¿Recuerdas al legendario trapecista alemán Karl Wallenda?

Karl Wallenda practicaba temerarias acrobacias cruzando edificios y puentes solo caminando sobre un cable atirantado y sin redes de protección.

Él en alguna ocasión declaró que el único lugar donde se sentía seguro era caminando en el cable de gran altura (o en la cuerda floja).

La mañana del 22 de marzo de 1978, a los 73 años de edad, Karl Wallenda se encontraba a 120 metros de altura, diez pisos arriba del nivel de calle.

Karlo ejecutaba una de las actuaciones que había realizado con regularidad durante sus 58 años de carrera. El acto se realizó entre dos edificios de hotel ubicados en el frente de playa de San Juan, en Puerto Rico.

Karl estaba allí, caminando por un cable atado de un edificio a otro, sin red de protección. Lo hacía como acto de promoción para uno de los circos que dirigía su nieta.

Como siempre, Karl caminó equilibrándose con una larga barra niveladora, transmitiendo esa seguridad y valor que lo caracterizaban a como ninguno otro.

Pero, a la mitad del trayecto el viento marino le jugó una mala pasada, comenzó a arreciar hasta los 30 nudos; entonces Karl Wallenda, el mejor y más temerario trapecista del mundo en caminar la cuerda floja cayo.

Karl asumía totalmente el riesgo que había tomado y falleció en el trayecto al hospital.

No estoy sugiriendo ni pretendiendo que esta historia sirva de inspiración para aquellos que sueñan con dar el salto desde una vida común y corriente hasta el estrellato, hasta la fama, hacia la gloria y el reconocimiento de todos, hasta una vida antes desconocida y llena de inimaginables sorpresas positivas, solo a costa de poner en riesgo la propia vida, no, no los estoy incitando a arriesgar tanto.

Hasta finales del siglo pasado y la primera década del actual, el mundo profesional se dividía básicamente en dos grupos, los que asumían grandes riesgos profesionales y los que no.

Primero. Los que NO arriesgaban

Aquellos que no asumían grandes riesgos profesionales estudiaban un oficio, preparaban su currículum, obtenían un empleo y lo ejercían.

Podían ser exitosos o no, pero su desempeño y lucimiento siempre estaba condicionado a haber alcanzado determinados parámetros del éxito, por ejemplo un elevado sueldo acompañado de buenas prestaciones.

En la medida que éstos asumían ciertos niveles controlados de riesgo -dentro de su propio trabajo-, eran recompensados proporcionalmente.

Las compensaciones que recibían por sus resultados estaban limitadas a un tope máximo en los niveles social y económico, y el riesgo mas grande que podían vislumbrar era normalmente perder el empleo.

Segundo. Los que arriesgaban

Los que asumían grandes riesgos profesionales, solo aquellos que estaban dispuestos a arriesgar su dinero, su patrimonio personal, la seguridad de su familia, gran parte de su tiempo, por ejemplo invertiendo varios años en adquirir una disciplina sin ninguna garantía de éxito, y arriesgando hasta su integridad personal (como en el caso de Karl Wallenda), estos eran los que estaban destinados a poder alcanzar la gloria del éxito,

siempre y cuando aprovecharan una favorable combinación de esfuerzo, suerte, oportunidad y toma de riesgo.

Y cabe decir que a pesar asumir altos riesgos de fracaso no todos los que arriesgaban lo lograban.

Asumir un riesgo era la diferencia entre lograr un gran éxito o estancarse

Repitiendo un poco lo dicho, hasta hace más de una década estudiar tal o cual profesión todavía no implicaba asumir grandes riesgos, riesgos de fracaso profesional, el máximo fracaso resultaba en no obtener un empleo, u obtenerlo pero sin buena remuneración.

Los que en cambio sí arriesgaban preferían desarrollar proyectos empresariales por su cuenta, claro que no todos eran exitosos, aun así empezaron a llamarlos emprendedores y emprendedoras, y a los que mejor les fue se convirtieron en empresarios.

Pero hoy la situación laboral ha cambiado radicalmente.

En la actualidad la macro-economía ha propiciado una dinámica laboral tan precaria y endeble que en un mundo donde prácticamente ya no existen trabajos que te garanticen tu puesto de por vida, ni tu jubilación, te empujan materialmente a asumir más riesgos por tu cuenta, al margen de trabajar para otros.

Por ende tomar la decisión de estudiar tal o cual profesión para cubrir determinados puestos de trabajo ya no representa el hecho de asumir un gran riesgo, ya no.

Antes, muchos estudiaban contabilidad o derecho a pesar de que les gustaran más otras disciplinas, como artes plásticas o filología inglesa, y estudiaban lo que NO les gustaba tanto porque eso les garantizaba la obtención de un mínimo ingreso.

De forma paradójica, el riesgo que tomaban era el de no lograr ser felices desarrollando un trabajo que no les gustaba.
Hoy la cosa ha cambiado.

Ya no existen profesiones que le garanticen a nadie en particular determinado nivel de éxito, y menos la felicidad, a no ser que alguno sea un privilegiado o haya heredado alguna fortuna, de lo contrario casi todos estamos obligados a asumir algún tipo de riesgo para poder prosperar y si se puede alcanzar el éxito que deseamos.

Al que tiene la fortuna de ejercer un empleo bien remunerado le será muy difícil sostenerlo a largo plazo, al menos hasta la jubilación;

trabajos así veremos cada vez menos, tan pocos que los contaremos con los dedos de las manos.

El desarrollo sostenido de una carrera típica que iniciaba al terminar la universidad y concluía al llegar la edad de jubilación es una utopía de la que Tomás Moro, autor del libro con el mismo nombre –Utopía– jamás hubiera vislumbrado.

Hoy en día, en la mayoría de los países, incluidos los industrializados, estudiar tal o cual cosa, o una profesión específica, ya no representa un riesgo, ¿Y por qué?

Porque el desempleo está prácticamente asegurado para la mayoría.

A ver, no quiero que me tomen como fatalista, como escéptico o conspiranoico.

A lo que quiero llegar es que hablando de tomar riesgos, hoy, la mayoría de los aspirantes a generar un ingreso, una entrada de dinero o a construirse una fortuna personal estamos obligados a asumir riesgos.

Cada uno ha de tomar el tamaño de riesgo que pueda asumir de acuerdo con sus características particulares.

Y en vista de que ninguna profesión garantiza el éxito, de preferencia, te recomiendo que estudies o desarrolles el oficio que más te guste, así al menos no te será molesto trabajar en lo que no te hace sentir feliz y realizado.

En un panorama donde muchos dedican gran parte de su tiempo para aprender y perfeccionar un oficio con el fin de alcanzar un gran nivel de competencia están asumiendo un riesgo, el riesgo de no alcanzar lo que buscan en detrimento del tiempo perdido, porque el tiempo es el único recurso que no se puede recuperar.

Entre las industrias donde los constantes cambios en las preferencias de los clientes son fugaces y variables, quienes invierten en investigación y desarrollo (I+D) están asumiendo un enorme riesgo, el riesgo de que los consumidores ya no valoren sus marcas como actuales, como todavía útiles y de vanguardia.

En los medios donde tantos se dedican a lo mismo por la facilidad que representa el aprendizaje de ese oficio, muchos asumen el riesgo de diluirse entre la gran masa, asumen el riesgo de dedicarse a eso sin poder destacar ya que muchas de las propuestas de productos y servicios están muy repetidas, o son prácticamente similares a las de la competencia, además de que la facilidad para desarrollar ese oficio abarata la mayoría de las propuestas de sus marcas.

Lo que está casi garantizado es que si asumimos el riesgo de hacer las cosas como siempre se han hecho, sin variar, sin completar, sin aportar algo novedoso, eso prácticamente te conduce al fracaso.

En el mundo del desempleo y la falta de oportunidades, lo que parece no una resignación, sino más bien una opción inaplazable es que en uno u otro momento se ha de asumir al menos un riesgo, se ha de arriesgar en lo que sea y con lo que sea; ha de arriesgarse dinero, tiempo, recursos materiales, se debe renunciar a muchas cosas en aras de asumir determinado riesgo.

Y en el caso de no asumir riesgos, paradójicamente también estamos arriesgándonos a quedar en el estancamiento, en la inmovilidad, en la falta de desarrollo.

El escritor Thomas Stearns Elliot, mejor conocido como T.S. Elliot dijo que:

“Solo aquellos que se arriesguen a ir demasiado lejos podrán descubrir qué tan lejos es posible llegar».

“Solo arriesgando a nuestra persona de una hora a otra es como de hecho vivimos”.

-William James

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Imagen de ‘Estamos obligados a asumir un riesgo’ de Pixabay.com libre de Derechos de Autor.
Fotógrafo:  Aravind Kumar

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