2 Historias de Acción para hacer Justicia | 734

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2 Historias de Acción para hacer Justicia | Artículo y guion de: Gustavo Pérez Ruiz.

2 Historias de Acción para hacer Justicia

En esta ocasión comenzaré contándote un par de historias que parecen no tener relación entre sí.

En la parte final las vincularé para tratar de obtener un mensaje que tenga coherencia y aplicación práctica con los temas que solemos comentar aquí en este programa de desarrollo profesional.

1

La primer narración la escuché en una estación de radio mexicana.

Esta anécdota la contó quien fuera portero de la selección argentina de futbol y también del Club América de México allá por los años ochentas, me refiero a Héctor Miguel Zelada.

Este relato lo compartió a principios del 2021 con motivo de los homenajes que le hicieron a Diego Armando Maradona después de su fallecimiento.

Como Zelada conocía a nivel personal a Maradona, le pidieron que compartiera una anécdota del astro argentino.

Para agilizar esta historia se las contaré en primera persona, tal como la recuerdo:

En el Mundial de México 86 la selección argentina me convocó para ser parte del equipo como tercer portero.

Ya sabía que como tercero en el orden de los arqueros, prácticamente tenía ínfimas posibilidades de jugar algún partido, pero eso no me importaba, a fin de cuentas era uno de los privilegiados para participar en una copa del mundo.

Yo no me tuve que trasladar desde Buenos Aires porque de hecho jugaba como portero titular del Club América de Ciudad de México. Ni siquiera cambié de instalaciones de entrenamiento porque la selección Argentina utilizó las mismas del América.

En ese entonces, al América, y por consiguiente a mí nos patrocinaba una marca deportiva que en ese entonces no era tan reconocida como ahora.

Me contactaron para decirme, amablemente, que entendían que no utilizara sus tenis -o zapatillas deportivas- porque a la Selección Argentina la patrocinaría una gran marca alemana de accesorios deportivos.

Fueron muy comprensivos y aceptaron sin rencores que no vistiese sus accesorios durante la popular justa deportiva.

Luego, después del primer partido, allí en el campo de entrenamiento, se aparecieron los representantes de la marca de las tres barras.

A todos mis compañeros excepto a mi les entregaron un sobre con platita, con dinero del patrocinio que pagaban por partido. Me pareció muy extraño no haber recibido lo que habíamos acordado hasta por contrato, no dije nada, preferí esperarme.

Concluido el segundo partido, los patrocinadores se acercaron de nueva cuenta después del entrenamiento, y a todos les volvieron a entregar sobres con las correspondientes pagas, excepto a mi.

Pero, en esa ocasión, Maradona se dio cuenta de lo que pasó y me dijo:

-¡Héctor Miguel!   ¿Qué sucedió contigo?   ¿Por qué no te han pagado?   ¿Tampoco en la ocasión anterior?

Y le comenté:

-No tengo idea lo que sucede.

Entonces me dijo:

-No te preocupes, ahora mismo voy a hablar con ellos.

Y antes de que se retiraran de las instalaciones los alcanzó para increparlos.

-¿Por qué no le han pagado a Héctor Miguel?

Entre pretextos y justificaciones dijeron que «Como Yo aparecía en el campo no lucía las zapatillas».

Entonces, Maradona les dijo con energía y autoridad:

-Esto no es justo, tenemos un acuerdo colectivo, o le dan su dinero a Héctor Miguel o cambiamos inmediatamente de patrocinador. Todos aquí valemos lo mismo, estemos o no en el campo de juego.

Y después del tercer partido, a mi me compensaron lo que me debían y todos cobramos por igual.

Así lo dijo Héctor Miguel Zelada en aquella entrevista.

2

La segunda es una anécdota personal de la que me tocó ser un testigo en primera fila.

Ésta anécdota sucedió un sábado hace como veintitantos años cuando trabajaba como Ingeniero de Obra Civil en la construcción de un gran Centro Comercial en la Ciudad de México.

Como todos los sábados de raya (raya con i griega que significa pago, o paga), a la una o dos de la tarde, después de que los trabajadores de obra habían recibido su correspondiente salario semanal, uno de ellos se acercó a la caseta de seguridad para denunciar que mientras se bañaba (o se duchaba) en los instalaciones especiales para tal fin, alguien aprovechó su distracción para robarle todo el dinero de su paga semanal.

Además también se llevaron una grabadora de su propiedad, de esas que se utilizaban para tocar música con cassettes, que no eran baratas.

Muy afectado en lo anímico, todavía me acuerdo de la sentimental expresión con que la lloraba, sollozaba casi como un niño, y no era para menos, tenía escasos 18 años, apenas empezaba a trabajar fuera de su pueblo.

Recuerdo que él era un ayudante de albañil, y como tal prácticamente cobraba el salario mínimo por un trabajo totalmente físico, uno tan fuerte que hasta los hombres más bregados llegaban a renunciar por su inclemencia y rudeza.

Entre profundas lágrimas de frustración y con la voz totalmente quebrada por la tristeza, explicó que necesitaba mucho ese dinero para llevárselo a su madre, para apoyarla en la manutención de su familia y de sus hermanos menores, ya que no tenían padre.

Él apenas dejaba la escuela y salía de su pueblo con amigos y conocidos para ir a la gran ciudad a buscarse una honesta forma de vida, pero esta ciudad le falló, como a muchos otros en sus mismas condiciones, y hoy en día parece que esto más que cambiar tiende a empeorar.

Conmovido, me dirigí a la oficina del Superintendente para comentarle lo ocurrido.

Nuestro jefe era una persona razonable y me pareció que con sus años de experiencia podría de alguna forma solucionar el asunto.

Al regresar a la caseta de seguridad, nos informaron que el muchacho “Ya había partido hacia su pueblo”. Me pareció extraño porque había dicho que le robaron TODO, no tenía ni para el boleto de regreso a su casa, el de autobús.

Después del fin de semana, a primera hora del lunes, me dirigí con los muchachos de la cuadrilla correspondiente para ver qué le había sucedido.

Uno de los amigos de este trabajador, también vecino del pueblo y compañero de trabajo me informó que su amigo ya no regresaría. Yo supongo que estaba naturalmente muy indignado, no era para menos.

Y al preguntarle que cómo había regresado a su pueblo, me explicó que entre todos sus compañeros y por supuesto ejemplares amigos, decidieron darle cada uno una parte proporcional de su sueldo, entre todos casi completaron su salario o raya correspondiente para que no regresara con las manos vacías a su casa.

Me dijo:

-En estas cosas los de mi pueblo estamos juntos, siempre, lo que le pasa a uno nos pasa a todos.

Para mi esta ha sido una enternecedora y ejemplar lección, una que siempre llevo en el corazón.

Ahora te preguntarás:

¿Qué tiene que ver una historia con la otra?
¿Qué relación existe entre el arquero de un Club millonario y un humilde trabajador de la construcción?
Vamos a ver, voy a tratar de ser breve con mi particular interpretación.

Es probable que en tu lugar de trabajo, o en tu medio profesional tú no seas el equivalente a un Diego Armando Maradona, alguien que por su trayectoria se ha ganado el respecto para hablar y actuar incluso por arriba de su jefe, de su directiva y de todos sus superiores.

Este es un caso como muy pocos en los que el valor y respeto que se ha ganado un personaje son tan altos que le otorgan una autoridad de peso para ser tomado en cuenta en cualquier circunstancia.

Por eso, la sola opinión de Maradona, sin el consentimiento de su técnico, ni la autorización de su propia federación deportiva, fue suficiente para que la marca deportiva accediera a rectificar su omisión con Héctor Miguel Zelada.

Entonces, este de Maradona era un caso sui géneris, y tú probablemente careces de la alta jerarquía de un ejecutivo con el nivel necesario para poder marcar una diferencia y actuar en una situación donde se presente una injusticia a tu alrededor.

Ahora, si tú lo eres, alguien con total injerencia para tomar decisiones, o cuentas con los galones necesarios para tomar acciones concluyentes, pues adelante, ayuda a los demás, apóyalos, no te quedes inmóvil, utiliza tu poder en beneficio de otros.
Pero, si en tu caso no cuentas con la jerarquía o el poder necesario para cambiar el rumbo de una situación que consideras arbitraria, también tienes la opción de poder tomar una iniciativa de liderazgo organizando a los demás para que apoyen en bloque a uno o varios que padezcan lo que en estricto sentido común es una injusticia.

Pero, no está por demás decirlo, tú siempre empieza por poner el ejemplo, y luego “La unión hace la fuerza”.

Ante una injusticia ajena y cercana, al alcance de nosotros, independientemente de que estemos o no en una posición de poder tenemos generalmente dos alternativas:

1) Agachar la cabeza y hacer como que el asunto no va con uno, o sea ser indiferente, o

2) Tomar acción y tratar de influir e incidir para solucionar las cosas, como sea.


Si te sientes tan importante y exitoso en tu puesto, o si crees que eres un gran influyente o “influencer” como ahora los llaman en redes sociales, aprovecha tu privilegiada posición para provocar el bien de los demás, utiliza tu injerencia para mejorar las condiciones del medio donde te desenvuelves.

Pero, si no eres un personaje de los que se autodenominan como «exitoso», podrías aprovechar para proponer alguna idea de tu cosecha que provoque cambios positivos en la vida y el trabajo de todos a tu alrededor.

“En la medida en que contribuya a mejorar la vida de otros le estaré dando significado a la mía”.

-Anónimo

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Imagen de ‘2 Historias de Acción para hacer Justicia’ de  Pixabay.com libre de Derechos de Autor.
Fotógrafo:  Edward Lich

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